30 de octubre de 2008

Fragmento de "Rayuela", de Julio Cortázar



"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenza, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu bocaque sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio"





27 de octubre de 2008

Carta a una amiga

Amiga:

¿Cómo sucedió que no me di cuenta? ¿Qué endemoniada fuerza del destino nos llevó tan lejos una de la otra en este mar inmenso, profundo, que es la vida? Habíamos decidido nadar juntas, sobrevivir juntas, porque eso fuimos y parece que seguimos siendo: supervivientes.
Me parece que fue ayer nada más que te abrazaba fuerte, que te mojaba el hombro con mis lágrimas y tú me ponías roja la oreja con tus problemas (porque claro, amiga, no puedes llorar). Siento que no pasaron tantos años de aquél día en que nos conocimos, cursando el mismo año, tú un año atrasada por las enfermedades, yo al hilo, esperando ansiosa terminar la secundaria para verme en la Universidad con diecisiete años. Entonces creí que era un triunfo... no sabía lo que la vida me deparaba. Por supuesto, ambas lo desconocíamos.
Las dos unas fosforitas llena de vida pero con el alma algo opacada por las vivencias, con un pasado no tan luminoso como las apariencias proyectaban. Nos intercambiamos recetas efectivas de suicidio, esas con las que fracasamos una vez pero quizá a la otra le fuese efectiva si el momento llegaba. Siempre reímos de eso, de que nuestra conversación primera fuera tan fúnebre, cuando nada moría sino que nacía algo maravilloso: nuestra amistad.
Nos volvimos inseparables, como dos almas que van de la mano buscando un rincón de paz y alegría donde reposar. Disfrutamos del arte en todas sus gamas, haciendo de cada momento juntas una ceremonia inolvidable. A dormir (sin pegar un ojo) a la casa de una o la otra, con los ojos morados de ver tantas pelis y el estómago a reventar de la rica torta de gofio o tu exquisita pastafrola. Al cine, vestidas casi de gala, como si de Holliwood se tratara. Las lágrimas de las dos (porque con una peli o un libro sí podías llorar), o las carcajadas sin que el público alrededor nos inhibiera. Tu risa de "bruja macabra" y la mía de "bruja loca". Las innumerables cartas escritas, los mensajes de amistad más hermosos que nadie pudiera escribir... porque sentíamos que nuestra amistad era única.
Las corridas del liceo a la librería para canjear libros, nuestra actividad favorita... y mi posterior descubrimiento de un género al que luego te hiciste tan adicta como yo. Me encantaba mostrarte el libro nuevo y llenarme la boca con una buena crítica, para luego decirte "cuando lo supere, te lo presto". Y claro, cuando llegaba a tus manos el libro cobraba vida, porque nada desde entonces se equipara a comentarlos juntas, a discutir fogosamente qué personaje es mejor, cuál era la trama más trabajada... Con nadie más volví a compartir ese encuentro entre páginas que nos hacía soñar juntas con que, algún día, bajo pseudónimos que nos inventamos, escribiríamos algo tan bueno como eso.
Las distintas universidades no nos separaron, ni los obstáculos en cada una de nuestras vidas, por inmensos e inesperados que fuesen. Habíamos jurado en complicidad boicotear los planes de la vida que pudieran separarnos. Y lo logramos... hasta hoy, que no estás.
Pasaron años, y hasta hace algunos meses seguíamos de la mano, aunque nos viéramos cinco veces al año, compartiendo de los momentos más llenos de vida que teníamos. Con el tiempo, aprendimos las manías de cada una y ya no te acosaba para que me dijeras qué te sucedía: comprendí que eras un ser hermético ante los obstáculos, que preferías enfermarte a llorar, pero que tarde o temprano purgabas tus penas... y lo hacías conmigo. Aprendiste que mi carácter tiene esas rarezas de los días primaverales, donde está brillando el sol y de repente, sin aviso alguno, estalla una tormenta. Aprendimos... Nos comprendimos. Nos complementamos.
Las primeras penas de amor, los primeros desengaños... llamarnos la una a la otra para contarnos, "a tí antes que nadie", que "tuve mi primera vez".
Nos sentamos en la cama del sanatorio mientras la otra, enferma, dormía, para velar su sueño. Nunca nos faltamos, y el estar, el simplemente estar, en momentos que querríamos olvidar algún día, inmortalizó nuestra amistad.
Entonces... ¿por qué hoy nuestra amistad, esa maravilla llena de vida, hoy parece inerte?
Me dijiste "no quiero traerte más problemas, bastante tenés con los tuyos", y olvidaste que no tenerte cerca es mayor problema que cualquier otro. Dijiste, también, "No quiero embolarte con mis dramas", y no pensaste en las veces que escuché tus problemas, como tú los míos, sin que eso significara una carga, sino una mano para cargar juntas el pesado arcón de los problemas. Olvidaste tantas cosas, que a veces me pregunto si no te habrás olvidado de ti en algún sitio, y la que hoy está lejos, sin querer hablar ni verme, es otra persona que se robó tu cuerpo.
He llorado una semana entera por esta distancia, porque te conozco, y conozco en tus palabras un "adiós" inminente. ¿Será que fue mucha soberbia jurar que le haríamos trampa a las vueltas de la vida? Yo qué sé, corazón, fuiste y sos la otra ala que me permite volar. Tengo muchos amigos, pero siento un vacío tan grande que casi no puedo sonreír. Me falta saberte mi amiga. Me faltás, amiga... Sentirte lejos en una ciudad tan pequeña...

Sin palabras. Sólo con el alma. Se sufre, cielo, y ojalá no sea la única que te recuerde así.
Sólo me queda la esperanza de esta frase: "AMIGA, LA VIDA ES EL ARTE DEL REENCUENTRO" Y yo lo espero con fervor.

Tu amiga.

22 de octubre de 2008


Ese sábado lluvioso no se levantó de la cama. Iban a dar las 18 hs y ella continuaba tapada hasta la cabeza, con las persianas bajas y sin un punto de luz. Sola en la casa, se sintió más sola aún. No podía dormir, su mente era un frenesí de pensamientos, ideas negativas, miedos y búsqueda de soluciones.

Entonces la invadió esa convicción y no hubo nada que lo evitara.
Se levantó y buscó entre los cajones e toda la casa las pastillas más fuertes que hubiera, armó su cóctel y lo ingirió con un cuarto litro de vino fino. No sintió nada, ni un mareo, sólo la esperanza de dejar de sentir.

Angustiada porque no veía efectos, decidió recostarse y esperar. Y nada sucedió.
Entonces, al intentar encender la lámpara portátil, tiró sin querer la botella vacía de vino, dejando en el suelo un reguero de vidrios rotos. Y allí encontró la solución buscada.

Cogió primero el vidrio más filoso, y en un arranque de valentía, lo oprimió sobre una vena visible. El corte fue casi superficial, aunque la sangre comenzó a fluir enseguida. "Otro vidrio", se dijo, y tomó del piso uno más puntiagudo, pasó su dedo índice por el filo hasta sentir el ardor del corte. Entonces lo clavó directamente en la vena, perforándola hasta traspasarla, y fue allí que sintió un alivio sin comparación.


Sin dolor, siguió autoflagelándose, complacida de ver la sangre que fluía sin cesar desde las venas, haciendo un recorrido hasta el suelo.
Volvió a hacer lo mismo con su otra muñeca, y nuevamente no sintió dolor. Se tajeó una y otra y otra vez las muñecas, hasta que no vio más que manchas rojas a su alrededor, desde la cama en donde lastimaba hasta las paredes.

El último suspiro de conciencia fue de alivio: estaba sacando afuera el dolor que sentía dentro.


Cuando despertó no sabía dónde estada, intubada y molesta; no recordaba nada.
Entonces una cara conocida se acercó, con surcos de lágrimas en los ojos, le cogió la mano y con voz entrecortada le dijo "Estás viva". Su madre le hablaba con palabras esperanzadoras, entre sollozos, y ella, con las muñecas vendadas y el respirador sintió dolor: dolor de estar allí, en esas condiciones, dolor por la tristeza de su madre, dolor porque poco a poco fueron apareciendo imágenes borrosas de vidrios y sangre.

Comprendió que la Vida le daba una segunda oportunidad, pero muchas cosas había que remendar en un espíritu roto en trozos para aprovechar esa chance.
Las heridas fueron cicatrizando, y luego de unos días en Cuidados Intensivos, le quitaron el respirador.

Esas marcas en las muñecas simbolizan su sobrevivencia, una gran oportunidad que le dio la vida, esa a la que enterraba de a poco con cada corte profundo que se autoinfligió aquel sábado.

Cicatrices de vida y muerte, un recuerdo imborrable, una lección que aún se sigue dictando. Son mis huellas de vida y muerte...




21 de octubre de 2008

LUZ DE FUEGO



Olvidados del mundo, apagamos las luces, encendimos las brazas, y nos volvimos brazas.

En esa oscuridad parcial, con sólo las llamas de un fuego lento, pudimos ser dos, anclados en el momento, más allá del tiempo y el espacio.

Cuando la luz del fuego iluminó nuestros rostros, nos encontramos realmente. No éramos los de siempre, simplemente éramos. Éramos dos fusionando nuestros cuerpos, nuestras almas, murmurando lo que sería nuestro secreto eterno.

El calor se extendió desde fuera hacia adentro, consumiéndonos en lo que sólo nosotros pudimos entender.

Momento sublime, se detuvo el tiempo y el universo conspiró en nuestro beneficio.

Pero sabíamos que al encender las luces, al apagar el fuego, volveríamos a ser los de antes.

Fue nuestro pacto vivir el amor, sin límites, sin miedos, mientras las llamas duraran.

Con la luz, y sin llamas ni penumbras, se acabó la magia.

Gracias, amor, por permitir que ese elemento nos diera lo que nunca tendremos en la luz del día.